lunes, 27 de mayo de 2013

Brindis, de David Eloy Rodríguez



La vida pasa derrumbando edificios. Deja palomas muertas, palabras rotas, sangre seca, direcciones ilegibles, llaves oxidadas, silencios.

Pero que eso hoy no nos importe, que no nos impida enumerar las razones que tenemos para vivir.

Brindemos pues por esta bendita lumbre: la vida, esta casa en los acantilados de la que somos huéspedes, este vals con el sepulturero.

Brindemos, aunque sea invierno, porque hay primaveras.

Brindemos por los presos, por los heridos, por los enfermos.

Brindemos porque logramos ir al asombro como al aire, porque hemos averiguado el sabor del agua en lo oscuro y cómo muerden los dientes verdaderos, porque hay puentes y océanos y misterios y multitudes y siembras y planetas.

Brindemos por los viajeros que en un segundo se cuentan todo con los ojos.

Brindemos porque es posible convertir la vida en palabras, las palabras en vida.

Brindemos por la transformación.

Brindemos porque podemos hacer, hacer, hacer.

Brindemos por los momentos que justifican la existencia, por lo que permanece, por las marcas indelebles como cicatrices al sol.

Brindemos por las resistencias, por los motines, por los fugitivos.

Brindemos por los que llegan a tiempo al amor y por los que no.

Brindemos por los que no saben, o no pueden, o no quieren brindar.

Brindemos por el recuerdo de los buenos, y por el viento que dispersa las cenizas.

Brindemos con una copa unánime por saber siempre ofrecer, como hoy, un ramo de flores a los vivos.

La rima

Al escoger palabras que repiten un mismo final [los poetas] dibujan con los sonidos una raya que sirve para delimitar el espacio del poema, un lugar intermedio entre la ficción y la realidad que nos invita a levantar historias en nuestra imaginación. Si queremos que el dibujo sea fuerte, con líneas gruesas y bien marcadas, utilizamos la rima consonante, haciendo que se repitan al final de las palabras los sonidos de las vocales y las consonantes: coche y noche, barco y charco, violeta y maceta, camión y canción. Si queremos que el dibujo sea más suave, podemos repetir sólo las vocales, que se esconden en medio de las otras letras y mantienen una música sigilosa, algo así como el murmullo de una fuente: noche y hombre, barco y caballo, violeta y espera. Es la rima asonante. 

La rima sirve para llamar la atención sobre algunas ideas y algunas palabras. Cuando los sonidos se juntan, le damos protagonismo a lo que queremos decir, conducimos al lector o al que nos escucha hasta los sentimientos que queremos comunicarle. […] 

La rima es también un modo tradicional de conseguir la música de un poema. […] Escribir un poema es buscar una música, un ritmo, para que todas las cosas sean oportunas, seductoras, llamativas, creíbles. Además de la rima, el poeta puede controlar el número de sílabas que hay en cada uno de sus versos, para que suenen con un ritmo preciso. […] Los poetas utilizamos el idioma como si fuera un intrumento musical, una guitarra, un piano, haciendo que las palabras suenen como teclas o cuerdas afinadas. […] 

Pero te recuerdo que se puenden escribir poemas sin rima y versos de distintas sílabas. Lo importante es la música, conseguir llamar la atención con las palabras, dibujar una historia y un tiempo en la imaginación, convertir una mirada o una idea en algo memorable. A todo esto ayuda la rima, pero hay otras formas de lograrlo, porque la música permite muchas libertades y las palabras tienen más recursos para enseñarnos a mirar. Un buen adjetivo, al acercarse de manera imprevista a un nombre, llama nuestra atención y nos hace pensar. Lo mismo ocurre con otras posibilidades formales y por eso decimos que un idioma es un instrumento de ideas y de sonidos con el que se pueden sugerir muchas cosas. […] 

García Montero, Luis 
Lecciones de poesía para niños inquietos pp. 117-121 
Ed. Comares, Granada, 1999

martes, 14 de mayo de 2013

El gallo y la zorra

–Señor conde –dijo Patronio–, había un hombre honrado que tenía una casa en el monte y que, entre otros animales, criaba muchas gallinas y muchos gallos. Pasó que uno de aquellos gallos paseaba un día descuidadamente por el campo, lejos de la casa, y que le vio la zorra y se vino a él para cogerle sin que la viera. Pero el gallo se apercibió de su presencia y se subió a un árbol, que estaba un poco separado de los demás.

Cuando la zorra le vio en salvo, lo sintió mucho y se puso a pensar cómo podría cogerle. Entonces se dirigió al árbol y empezó a decirle muchas lisonjas y a pedirle que bajara a andar por el campo, como hacía antes; pero el gallo no quiso. Al ver la zorra que no le engañaba con sus halagos, comenzó a amenazarle, diciéndole que se arrepentiría de no haberse fiado de ella. El gallo, que estaba en salvo, no hacía caso alguno de sus seguridades ni de sus amenazas.

Cuando la zorra comprendió que de esta manera no podía engañarle, se dirigió al árbol y empezó a roer el tronco con los dientes y a dar en él golpes con la cola. El pobre gallo se asustó mucho, sin darse cuenta de que nada de esto le era peligroso; el miedo, sin embargo, le llevó a huir a los otros árboles, con el deseo de estar más seguro, y, sin poder llegar a los que estaban juntos, voló a otro árbol. Al ver la zorra que sin motivo estaba asustado, se fue tras él y le fue llevando de árbol en árbol, hasta lograr cogerlo y comérselo.




DON JUAN MANUEL

Conde Lucanor (Versión de Enrique Moreno Báez)