lunes, 26 de noviembre de 2012

El azúcar feroz


Una mañana un niño llamado Daniel fue a la cocina a hacerse un colacao con su tostada. Lo preparó todo, la leche, el pan y el Cola Cao y sólo le faltaba el azúcar, el ingrediente estrella. Cogió el azúcar y metió la cuchara para echársela al desayuno.

De repente el azúcar le dio un tirón a la cuchara y se la tragó. El niño se asustó, llamó a su madre y le contó lo que había pasado. La madre metió la mano para coger la cuchara (porque le creía). Entonces la madre gritó, sacó la mano y tenía la señal de un mordisco y estaba sangrando. Daniel rápidamente fue al botiquín y le curó la herida. Cogió el azúcar, se encerró en su cuarto, la tiró sobre su escritorio y vigiló durante mucho rato para ver si se movía. Estaba a punto de dormirse cuando el azúcar se movió para escaparse.

El niño agarró rápidamente el tarro del azúcar y la atrapó. En ese momento se le vino a la cabeza una muy buena idea. Bajó al salón para decirle a su madre que si se la podía quedar como mascota. La madre, extrañada, le dijo que sí pero le preguntó que para qué la querría. El niño empezó enseñándole al azúcar a que fuera a por el palo, como un perro, o a hacerle un dibujo y que se lo repitiera en el papel, etc. El niño pensó que si le enseñaba a no hacer daño podría ser su mascota. Un día salió de su cuarto con el azúcar en la mano cogida por una correa y, sorprendentemente , había conseguido amaestrarla. La madre no compró más azúcar en polvo en toda su vida; compraba terrones de azúcar, que también tienen tela los terrones. Pero eso es otra historia.

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